Rey, haciendo cima en el Mont-Blanc.-
Rey, haciendo cima en el Mont-Blanc.- / CEDIDA

«¿Ya estás en la cima del Mont Blanc? Pues bájate ya, hijo, bájate ya»

  • «Ojalá las personas a las que quiero pudieran ver lo que yo ahora», pensó Rey al hacer cima en el Mont-Blanc

José Antonio Rey Fernández (Calamonte, 1976) acaba de regresar de conquistar el Mont Blanc, uno de los montes míticos de Europa y del mundo. Rey reconoce haber empezado tarde en el alpinismo. «En realidad yo soy un montañista, pero los que saben de esto dicen que con lo que he hecho ya puedo considerarme alpinista», dice. «Subo montañas porque están ahí: las montañas están para que las escalemos», añade José Antonio, que afirma haber empezado en el montañismo «por casualidad hace diez años. Es una fiebre que descubrí tarde pero que estoy aprovechando.

Todo empezó en una ruta por los pueblos negros de Guadalajara. Ahí me fijé en mi primera montaña: el Ocejón, un pico de 2.049 metros, desde donde se divisa todo Madrid. Y ahí me di cuenta de que quería subir montañas». Y después del Ocejón, vino el circo de Gredos y el Almanzor. «Es una maravilla, muy rocoso, con muchas piedras. Y es alta montaña y se ha cobrado varias víctimas», reseña. «Hay que saber adónde se va. A veces la gente pierde la perspectiva y a la montaña hay que respetarla. Después vinieron los 'dosmiles' extremeños. Si en el mundo hay catorce ochomiles, Extremadura cuenta con catorce dosmiles», sentencia. Todos ellos situados en la vertiente extremeña de la Sierra de Gredos, con La Covacha, de 2.399 metros, como pico más destacado .

«Después me fui a los Picos de Europa, y aunque más altos, son más asequibles», continúa. «Pero lo realmente bonito es el Pirineo. Y en concreto, el Pirineo de Huesca. Ahí está el Aneto, 3.404 metros, un sitio espectacular al que llegas después de atravesar el Glaciar del Aneto, cada vez con menos hielo, lo que lo hace más peligroso al resquebrajarse», relata con pasión. «Pero cuando llegas a la cima, la sensación es brutal. Y claro, cuando haces un tres mil, pues quieres más. Entonces pensé en el Mont Blanc», afirma resuelto.

El Mont Blanc

Subir al Mont Blanc no es sencillo. Ni encarar el ascenso, ni tener plaza en uno de los refugios. «La subida hay que iniciarla desde alguno de ellos y estaban todos colapsados. Finalmente, logró una plaza para el 23 de agosto. «De cabeza», dijo Rey. Madrid, Ginebra y de ahí a Chamonix Mont Blanc. Ahí comienzan un par de días de aclimatación tanto por la altura como por los horarios, cenando a las 6 de la tarde y desayunando a las 4 o 5 de la mañana, y realizando diversas rutas. La primera, el pico de Rochefort, con casi cuatro mil metros de altura. «Ahí notas que te mareas un poco y que necesitas tiempo», reconoce. Los siguientes días fueron similares, con jornadas de 10, 12 horas. Y siempre hay que salir de cara al día para evitar la noche»c. Y llega el día del ascenso. «El día antes, nos acostamos a las 6 de la tarde aunque yo me dormí un poco después porque estuve hablando con mi familia, con personas que son especiales para mí. no como si me despidiera pero bueno. Y a las 12 de la noche nos levantamos, desayunamos y media hora después comenzamos a subir.

Ya el ambiente en el refugio te pone en situación. Es de noche, no llevas más luz que la del casco, te pones el arnés, coges el piolet, los crampones. y comienzas a subir», relata Rey. «Hay sitios por los que vas que ni ves, con la nieve blanda, a punto de hundirte, pasando por tramos realmente peligrosos, atravesando glaciares que se resquebrajan y que oyes cómo se rompen y que suenan como una tormenta dentro de otra tormenta. La subida es realmente peligrosa», cuenta Rey que no sabe si en algún momento confundió la valentía con la temeridad. «Pero hay que hacerlo. La satisfacción al llegar arriba ya vale la pena. Y se te quita todo el cansancio», asegura. Momento casi mágico «Durante la subida, hubo un momento casi mágico.Estábamos en una arista y yo solo veía cielo y estrellas. No había nieve ni suelo. En una de las ocasiones, en una arista, me hundí. Ahí pasé miedo de verdad. Si no es por la mochila, me hundo del todo. Si lo piensas, no lo haces. Pero creo que me gusta el riesgo», cuenta casi emocionado. «Lo peor no es el frío, (15 o 20 bajo cero), sino el aire, el viento, que te corta la cara.Y tras 7 horas, hicimos cima». «Ojalá los que yo quiero pudieran ver lo que estoy viendo ahora».

Eso pensó Rey cuando estaba haciendo cima. Y ahí, justo en ese momento, a las 7 de la mañana, sonó su teléfono. Era su madre, Josefa Fernández. «Había cobertura en el Mont Blanc. Yo no me lo podía creer. El caso es que hablo con mi madre y me pregunta que qué tal estoy y claro le digo que acabo de llegar a la cima.¿Y sabes qué me dijo? ¿Ya estás en la cima. Pues bájate ya, hijo, bájate ya». Fue un momento muy emocionante», dice mientras se le eriza el vello de los brazos al recordar ese momento. «No te preocupes, mamá, que ahora ya bajamos», le dije. «Pero cuando llegas a la cima, sólo has hecho la mitad del camino», concluye un Rey en cuya cara se denota la pasión de haber coronado la cima del Mont Blanc. Y de contarlo ahora.

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