José Luís Macías en el parque Pío XII.
José Luís Macías en el parque Pío XII. / :: Mario Moreno

«He recogido durante 5 años historias antiguas de las personas mayores»

  • Escritor aficionado, tiene en su haber varias publicaciones entre revistas y libros. El destino le llevó a vivir a Fuenteheridos, un pueblo onubense del que surgen 12 manantiales

José Luís Macías Rico (1955) es natural de Calamonte, donde pasó su infancia. Pero pronto, desde su pubertad, fue a estudiar a Almendralejo, luego a Cáceres, Palencia y Valladolid, donde finalizó la carrera de Magisterio y dio clases como maestro. Más tarde trabajó en la Parra (Badajoz) y luego en Isla Cristina.

José Luís es el hermano de Antonio, el cabo de la policía municipal. Su mujer es natural de Fuenteheridos y se llama Pepi Recio con la que tuvo una hija y un hijo. Los dos andan entusiasmados por iniciar estudios en bellas artes y reconoce que lo más importante para un alumno que termina bachillerato, es que estudie algo que realmente le guste. El paisano también es conocido en Calamonte por su libro ‘Diccionario de las palabras de mi infancia’, un compendio de palabras en desuso que ilustra toda una cultura lingüística muy de Calamonte.

Además, Macías fue finalista en los Premios de la Prensa de Badajoz (1986). La Diputación de Huelva le publicó el cuaderno de poemas ‘De los sonidos de un bosque’, y la de Málaga, a través de la Asociación Cultural Generación del 27, le incluyó en la publicación del librito ‘Poesía Inédita’ junto a otros autores. Es cofundador y miembro del consejo de dirección de la revista literaria Sin Embargo de Sevilla y ha publicado una guía para senderistas y turistas de ornitología junto a otros compañeros sobre el entorno natural de Fuenteheridos.

–¿Cómo fue su infancia en el Calamonte de los años 50 y 60?

–Yo nací en la calle Calvario, luego viví en la calle Guillén y Real, que ahora se llama Ricardo Márquez, hasta los 10 o 12 años. Fue entonces cuando la familia fuimos a vivir a la calle Concha Espina. Calamonte era muy distinto en aquella época. Por ejemplo, cuando llovía, la calle Calvario cogía agua de una acera a otra y los niños jugábamos con el agua que corría. También hacíamos puentes, y una de las veces, a mi hermano Antonio lo arrastró el agua, que casi se ahoga.

–¿A qué jugaban cuando eran pequeños?

–De pequeños no parábamos. Estábamos todo el día en la calle. Por ejemplo, jugábamos al ‘guá’ con bolindres, chapas y perras gordas que había entonces de 10 céntimos de aluminio. Otro de los juegos era jugar a los bichos, que consistía en una caja de cerillos que al abrirlas por una cara traía un dibujo de animales, que luego los coleccionábamos e intercambiábamos. Algunos tenían una montonera de ‘bichos’ que tenían casi toda la colección entera. Otro de los juegos era la taba, con el cinturón jugábamos a esconder. En este juego nos poníamos todos en círculo sentados y había uno que iba corriendo con el cinturón en la mano, se lo dejaba caer a uno justo detrás por la espalda. Si al que le habían dejado el cinturón, no se había dado cuenta que lo tenía detrás y daba la vuelta completa, agarraba el cinturón y se liaba a cinturonazos con él. Otro juego con el cinturón era esconderlo, y quien lo encontrara tenía la posibilidad de zurrar al resto, en fin. Jugábamos también al pañuelo, a los pelotazos, etc.

Luego también recuerdo a un vecino mío que su padre trabajaba en la Renfe y luego la familia se fue a vivir a Madrid. Este se llamaba Juanito Villar, que era muy bruto porque hacía competiciones de dar cabezazos contra una puerta a ver quién tenía la cabeza más dura. ¡Era la cosa más bruta!

–Además de divertirse en las calles de tierra del Calamonte de los años 60, ¿Dónde se formó académicamente hablando?

–Pues no había cumplido los 11 años cuando me fui al internado de Almendralejo y allí estuve siete años estudiando el bachillerato laboral. De hecho, yo soy la última promoción de estos estudios. Luego fui a hacer COU y Magisterio en Cáceres. Luego me trasladaron a Palencia, porque yo entré en contacto con un grupo religioso y me llevaron hasta allí para estudiar magisterio. Aquella ciudad me encantó, pero pasé un frío tremendo. Bueno, recuerdo que hacía tanto frío que me salían sabañones y no se me quitaban ni en verano. Luego terminé en Valladolid y me quedé dos años en un colegio privado, antes de hacer oposiciones, en el barrio de las batallas.

–¿Fue entonces cuando volvió a tierras extremeñas?

–Sí. Me preparé oposiciones para Badajoz y lo saqué con el número uno. En alusión al periódico donde trabaja usted, el Diario Hoy, publicaba todos los veranos las listas de los aprobados de oposiciones en el mes de septiembre. Yo recuerdo que fui el que más nota sacó, pero el caso es que me dijeron que hacía el número 7 en toda España, pero no he sido capaz de sacarlo. Estamos hablando del año 1979, y claro no había nada digitalizado. El problema fue que en ese año volaba por el ambiente que se le daría la autonomía a Cataluña y había muchos maestros extremeños en Cataluña, Islas Canarias y Ceuta, porque allí, entonces, se ganaba casi el doble. Claro, al escuchar que a los que estaban en Cataluña los iban a obligar hablar en catalán, se vinieron a Extremadura. Así que, los que aprobamos oposiciones ese año para la región, nos quedamos sin plaza.

–¿Fue así como terminó trabajando para la Junta de Andalucía?

–Estuve un tiempo parado, pero en enero me llamaron para hacer una sustitución de un señor que falleció en La Parra (Badajoz) para terminar el curso. Durante ese verano, los que aprobamos oposiciones nos mandaron a Andalucía a través de un convenio con Extremadura.

Me dieron a elegir entre Isla Cristina y Trigueros. Como había estado el verano anterior de vacaciones en Isla Cristina elegí este destino porque tenía playa. Allí pasé ocho años. Luego un año en La Redondela. Poco después me hice fijo y pedí una plaza extraordinaria de maestro de compensatoria en la sierra. Esto consistía en viajar por varios pueblos y finalmente me quedé en Fuenteheridos donde conocí a mi actual mujer, Pepi Recio.

–Cambiando de asunto. ¿Por qué surgió y cómo fue la elaboración de ese magnífico ‘Diccionario de las palabras de mi infancia’?

–Surgió porque me daba cuenta que algunas palabras que usábamos cuando éramos chicos, dejaban de usarse. Sin darnos cuenta, vamos cambiando nuestra forma de hablar, y pensé recoger por escrito algunas palabras. Según escuchaba a mis padres, o cualquier persona del pueblo iba apuntando. Y lo que en un principio era un pequeño listado, acabó formándose en un libro que presentamos en el año 2003 con el ayuntamiento. El alcalde en aquel momento era Salvador Álvarez y se animó a publicarlo.

–Tengo entendido que pronto le publican otro libro en Calamonte. ¿De qué se trata esta vez?

–Así es. Actualmente estoy en comunicación con el ayuntamiento para hacer la publicación de un próximo libro. En este caso he estado cinco años realizando grabaciones a personas mayores que conocían historias y romances antiguos, canciones, letrillas de juegos infantiles, coplas de carnaval, las coplas que se cantaban en la romería y canciones antiguas. Y todo esto lo he recopilado en un libro que he presentado al ayuntamiento.

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