Celia posa con su cuchara y su delantal de MasterChef Junior en la cocina de su casa Lydia Sánchez

La pequeña calamonteña que sueña entre fogones

De los tres niños extremeños que han participado en el programa culinario de MasterChef Junior, Celia Talero es la que más lejos está llegando

Miércoles, 23 de diciembre 2020

El día que MasterChef se estrenó en TVE, Celia Talero (Mérida, 2009) apenas tenía cuatro años. Hoy, no solo se ha visto todos y cada uno de los programas, sino que, además, se sabe muchos de los diálogos. Este año, habrá algunos que no se tendrá que aprender puesto que los ha pronunciado ella misma, y es que esta niña nacida en la capital autonómica pero criada en Calamonte (ella misma se encarga de dejarlo bien claro manifestando la «rabia» que le da que en televisión aparezca que es de Badajoz: «¡soy de Calamonte!») se ha convertido en una de las aspirantes de la octava edición Junior.

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Todo empezó con una tortilla de patatas. Sus padres estaban trabajando y Celia, que no en vano se considera una chica creativa y autodidacta, decidió coger los ingredientes y ponerse manos a la obra. Los comentarios positivos de Juani Álvarez, su madre, la animaron a presentar su candidatura al programa que año tras año triunfa en la televisión pública. Tres castings después (uno online, otro en Sevilla y el último en Madrid), recibía su cuchara y su delantal de MasterChef.

El plato con el que se inició es, probablemente, el único estereotipo que esta calamonteña de once años cumple. Mientras que a la mayoría de chicos de su edad les cuesta hablar, no saben cocinar nada más allá de un bocadillo y llevan a cabo 'solo' dos o tres actividades más aparte del colegio, Celia se expresa como si de una adulta se tratase, no tiene dificultades a la hora de explicar el plato que mejor le sale («bacalao infusionado en cítricos con una camita de puré de coliflor y aceites salteados») y casi que le faltan horas en el día para practicar todo lo que le gusta y sabe hacer: «Soy multifunciones: canto, bailo, hago teatro, toco la guitarra, juego al pádel, pinto...».

Por eso no es de extrañar que Celia haya pasado a formar parte de la privilegiada lista de niños extremeños seleccionados para participar en MasterChef Junior. Santiago Parejo, de Villanueva de la Serena, abrió la veda en la quinta edición emitida a finales de 2017 y principios de 2018, mientras que la fontanesa Letizia Chaves siguió su estela al año siguiente.

De los tres, Celia es la única que ha conseguido superar la segunda gala, aunque, por mucho que sus conocimientos de cocina hagan parecer lo contrario, su sueño no es dedicarse a ello de mayor: «Mis padres son más tradicionales, pero mi madre tiene un amigo íntimo que es quien me ha enseñado un montón de cosas de vanguardia: a cocinar a baja temperatura, a infusionar... Pero lo veo más como un 'hobby' que como una profesión, prefiero ser actriz».

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Eso sí, el hecho de no querer ganarse la vida entre fogones no quiere decir que no le apasione pasar ahí su tiempo libre. Es más, se considera a sí misma una «glotona» y ama tanto la comida que hasta la utiliza para hablar del proceso de grabación en medio de una pandemia. «Ha sido mucho más complicado. Los viernes nos hacían un test rápido y cuando íbamos a un viaje importante, nos hacían una PCR, pero todos estábamos sanísimos como una manzana», explica.

El coronavirus, por tanto, no le afectó demasiado en su experiencia televisiva, pero, a pesar de ser tan pequeña, sí que le ha dado tiempo a conocer el precio que tiene salir en ese medio de comunicación. «Que te critiquen es totalmente normal, pero también hay un punto en el que molesta, aunque yo lo voy a aceptar porque no todo va a ser bueno», cuenta sin ningún tipo de rencor, a pesar de que las valoraciones con mala fe sean uno de los daños colaterales que peor lleve: «Críticas destructivas no, constructivas sí».

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Nada de eso va a conseguir acabar con las ganas que esta todoterreno le echa a todo lo que se propone. Después de posar con gusto ante la cámara, Celia se marcha corriendo a recoger sus cosas. Primero le esperan sus clases de pádel y, cuando vuelva, quién sabe qué plato se animará a preparar para la cena.

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